BOLETÍN DIGITAL No. 510 “NO TENGO MIEDO A UN DIOS QUE SE HA HECHO TAN PEQUEÑO POR MÍ”
“NO TENGO MIEDO A UN DIOS QUE SE HA HECHO TAN PEQUEÑO POR MÍ”
‒ San Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz ‒
¡Qué difícil es en la actualidad ser un buen cristiano! El tan solo ir a misa nos causa pereza. Y no se diga el empatizar con los demás y tener un buen gesto con ellos, al contrario, en ocasiones buscamos dañarlos. Nuestro rápido ir y venir diario no nos permite ver con claridad lo importante que es llevar nuestra vida como Dios quiere, tomando el amor y el bien como pilares, a ejemplo de Santa Teresa de Jesús, a quien celebraremos el 1 de octubre.
Teresa entra al Carmelo de Lisieux, Francia, a los 16 años, al mismo tiempo que comienza la dolorosa y humillante enfermedad mental de su padre. Es un gran sufrimiento que la conduce a la contemplación del rostro de Jesús en su Pasión. Su nombre de religiosa -sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz- expresa el programa de su vida, en la comunión con los misterios de la Encarnación y la Redención (Benedicto XVI, Audiencia Gral., 6/04/2011).
Su profesión religiosa, en 1890, es un matrimonio espiritual en la pequeñez del Evangelio, caracterizada por el símbolo de la flor: “¡Qué fiesta tan hermosa la de la Natividad de María para convertirme en esposa de Jesús!” -escribe-. Para Teresa, ser religiosa significa ser esposa de Jesús y madre de las almas. Ese mismo día escribe una oración en la que pide a Jesús el don de su amor infinito, ser la más pequeña y pide la salvación de todos los hombres.
Con la enfermedad que la llevaría a la muerte en medio de grandes sufrimientos, pero, sobre todo, con una dolorosa prueba de la fe, Teresa vive más intensamente el amor fraterno hacia con todos. Su caridad amable y sonriente es la expresión de la alegría profunda cuyo secreto nos revela: “Jesús, mi alegría es amarte a ti”. En medio del sufrimiento, viviendo el amor en las cosas pequeñas de la vida diaria, realiza su vocación en el corazón de la Iglesia.
Teresa muere el 30 de septiembre de 1897, pronunciando las palabras: “¡Dios mío, te amo!”, mirando el crucifijo que apretaba entre sus manos. En su última Carta, sobre una imagen que representa a Jesús Niño en la Hostia consagrada escribe: “Yo no puedo tener miedo a un Dios que se ha hecho tan pequeño por mí... ¡Yo lo amo! Pues él es sólo amor y misericordia”. También nosotros pidamos repetir cada día que queremos vivir de amor a Jesús y a los demás.
Claudia Elizabeth Pérez de la Cruz,
Coordinadora de la Pastoral de la Comunicación.
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