BOLETÍN DIGITAL No. 495 DIOS, MISTERIO DE RELACIONES PERSONALES
DIOS, MISTERIO DE RELACIONES PERSONALES
‒ La Santísima Trinidad ‒
Cuando la fe se nos transmite desde la infancia, uno de los primeros gestos que se nos enseña es a santiguarnos: “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. De igual forma, cuando celebramos el sacramento del bautismo se nos dice: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. El misterio de Dios trinitario aparece en nuestra vida. Sin embargo, no siempre hemos comprendido y aprendido a relacionarnos de manera personal, sana y gozosa con esta forma de ser de Dios.
“A Dios nadie lo ha visto jamás” (Jn 1, 18), pero sí sabemos lo que Dios ha hecho por nosotros: amarnos y salvarnos por medio de Jesucristo. Dios nos ha creado porque nos ama y, porque nos ha creado y nos ama, nos salva. “Dios es amor” (I Jn 4, 8). El amor supone siempre una relación. En primer lugar, el amor de Dios es constitutivo de su ser, no conoce nunca la soledad, es un misterio de intercomunicación, de relaciones personales.
En segundo lugar, el amor de Dios se da hacia fuera de Él, amando a los seres humanos. Todo está impregnado del amor de Dios y de su gracia, ningún ser humano es desgraciado, ninguno escapa a la bondad de Dios. Dios nos quiere a todos. El Dios que Jesús nos anuncia es el de la misericordia, Jesús es feliz con los pecadores. Este amor hacia dentro y hacia fuera es el fundamento del misterio trinitario: Dios es uno en tres personas distintas.
“Quien permanece en el amor, permanece en Dios” (I Jn 4, 16). Donde hay amor, allí está Dios. Quien ama conoce a Dios. Hemos de aprender a relacionarnos con el Padre en la confianza total y en vivir atentos a su voluntad. Hemos de aprender a relacionarnos con el Hijo, siguiéndolo y colaborando con su proyecto para hacer la vida más humana. Hemos de aprender a relacionarnos con el Espíritu Santo, animados por el amor.
Dado que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios, el misterio trinitario ilumina el misterio de la persona humana. Una persona solitaria no es una buena imagen de Dios, porque Dios no es un ser solitario. El ser humano “no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo” (Gaudium et Spes, 24).
Claudia Elizabeth Pérez De la Cruz,
Coordinadora de la pastoral de la comunicación.
Comentarios
Publicar un comentario